Nuestro día a día se ve regido por normas y valores. A veces estas normas y valores yacen escritos en la constitución y son el marco en el que desarrollamos nuestra vida. Otras normas y valores no lo están, pero nos marcan también hasta el punto que nos identifican. Son el marco no escrito, las normas no escritas. Pensemos en nuestra orientación política: frecuentemente trataremos de convencer a nuestros conocidos de que en ése punto en el que discrepamos, tú crees tener razón. Es algo natural, ya que el ser humano es un animal que vive en comunidad y que, preferiblemente, piensa y se comporta igual; pero en estas discusiones seguimos frecuentemente estando regidos por nuestro marco de normas y valores.
La razón por la que muchas veces el acuerdo entre nuestro conocido y tú no es posible es porque la discrepancia y los argumentos parecen ir en contra del marco en el que vivimos, nuestra identidad y, a veces, nuestra comunidad. Si desenfocamos podemos encontrar conflictos políticos en los que la solución se ve dificultada por nuestras nociones de identidad. El que más resalta en estos tiempos, tal vez, es el conflicto entre los separatistas y los constitucionalistas en Cataluña y en el País Vasco, pero este artículo no tratará sobre filosofía dentro del marco, si no fuera de éste.
No hará falta recordar que hace no más de medio siglo en España se vivía bajo una dictadura y, aunque las generaciones más jóvenes se han criado en una democracia, una grandísima parte de la población vivió en otra España, en otro marco. Tras la muerte de Francisco Franco y los sucesos que nos llevaron hasta hoy, España se vio forzada a modernizarse y se convirtió en una democracia, por segunda vez en su historia. Hoy en día damos por supuesto que España se convertiría en una democracia porque nos parece lógico dentro de nuestro marco, pero por qué una democracia?
¿Alguna vez lo has pensado? ¿Por qué la democracia? La respuesta suele ser una respuesta simple, que no tiene por qué ser incorrecta: es la forma de estado más justa. Naturalmente una democracia es más justa que una dictadura, pero una respuesta tan simple no hace justicia a la larguísima historia del concepto de la democracia. Ha existido un pasado en el que una democracia no era la forma más justa de gobierno, porque el marco en el que se vivía no lo permitía y no siempre porque la gente no tuviera la opción de votar. Han existido épocas donde una mayoría de la población habría podido estar en contra de una democracia, piénsese en la Prusia que pudo con Francia Napoleónica. La población alemana bajo el reinado de los Hohenzollern prusianos no tenían ni la opción ni la libertad para pensar en un concepto que no estaba apenas desarrollado. Y eso que el concepto de la democracia ya contaba con un pasado de dos milenios.
Hay escuelas de historiadores que defienden la idea de que la revolución Francesa fue el momento en el que se desarrolló la identidad alemana, tan escépticamente en contra de la libertad que querían llevar los franceses tras la revolución. La identidad alemana se desarrollaría gracias al radicalismo libertario francés y una mayoría de la población preferiría luchar por Prusia y sus ideales, que a su vez iban en contra de la democracia y a favor de un monarca. Para los alemanes prusianos la democracia no era más justa porque vivían bien de la forma que lo hacían, bajo una monarquía despótica, y tenían miedo a las incertezas que comportaban la libertad y las injusticias de un sistema donde la jerarquía no se respetaba. No creo que ni tú ni yo hubiéramos conseguido cambiar de idea a un prusiano que confiaba ciegamente en que la vida bajo un rey despótico era más justa que la democracia. Menos aún si se lo hubieras explicado en francés.
Según aquellos historiadores defensores de la Sonderweg o el camino distinto perseguido por el estado Alemán, esta identidad de supervivencia engendrada en tiempos napoleónicos llevaría a Alemania a ser un estado distinto justificando así el dramático desenlace que supondrían la primera y la segunda guerra mundial, obviamente haciendo apología a los estados democráticos de occidente como Francia o el Reino Unido. Esta justificación, aunque muy simplista, determinista y por muchos otros historiadores denominada injusta e incorrecta, nos permite, sin embargo, reflexionar sobre el poder de la identidad, de las normas, de los valores pero sobre todo nos permite relativizar sobre los marcos tan estrictos de hoy en día, como la democracia o los nacionalismos. Pone a prueba nuestro conocimiento y nuestra forma de ver la democracia, tal vez para mejor.
Lo que busco en este artículo no es dar una lección en historia, sino tratar de reflexionar sobre los marcos que damos por supuesto. Vivir en una democracia ha, en parte, frenado la reflexión sobre ella. Debemos atrever a dudar de ella para mejorarla, para ver las alternativas y para garantizar que nuestras convicciones están fundadas. No hace falta leer tochos para saber y conocer. Solo hay que pensar sobre, dudar sobre y poner a prueba lo que ya sabemos. Este método, que a veces no necesita más de dos amigos y tres cervezas, es una valiosa herramienta para pulir y para aprender a justificar tus propias ideas.