La apatía es la falta de emoción. Sin embargo, también es el antónimo imperfecto de la empatía, y es que en los tiempos que corren, cuando es noticia diaria el número de vidas que se han perdido en España en vez de sus nombres, se demuestra lo gris e incómodo que es para los humanos tener que lidiar con semejantes traumas; traumas que son tan explícitamente diarios.
¿Por qué apatía? Pues porque debajo o incluso de lado de la cabecera de cualquier periódico, donde se cubren los datos funestos resultado del coronavirus, nos encontramos ya con las primeras noticias apáticas. La cumbre de la Unión Europea, los dos mil millones movilizados por Pedro Sánchez o las cartas de Quim Torra a eurodiputados.Estas noticias apáticas son las que nos incomodan cuando las ponemos en perspectiva, con las vidas que se han perdido. Mas, ¿podemos frenarlas? No y, es más, hay que discutirlas también sin desplazar la importancia de la vida del ser humano.
La última noticia apática que ha azotado al sur de Europa ha sido el no de Alemania, Países Bajos y Austria al codiciado plan Marshall 2.0 por España, Portugal e Italia. Aunque muchos han cuestionado la integridad del proyecto Europeo tras el no, algunos nos hicimos otra pregunta, tal vez antes de esta decisión.
“¿Dónde está la Unión Europea?” preguntaban hasta el día de la cumbre tanto en el norte como en el sur de Europa. He tratado de darle una respuesta en forma de pregunta retórica: ¿y qué esperábamos de ella? La Unión Europea, desde los años ochenta, ha buscado la forma de hacer sentir europeo a los ciudadanos de los países miembros. El proyecto de la Unión Europea buscaba ser, o bien una organización supranacional, es decir, por encima de cualquier estado; o bien una organización intergubernamental, es decir, buscando la cooperación de los estados. Pero los europeos, ¿nos sentimos europeos? Esta forma de europeísmo con la que sueña la Unión Europea sigue compitiendo con el concepto de nación que tenemos. Los ciudadanos europeos se sienten por encima de todo españoles, italianos, neerlandeses, alemanes o británicos -especialmente británicos- antes de cualquier sentimiento europeo.
Con la crisis del coronavirus todos los estados se han consolidado, aunque no sin crítica, como la única fuente de información y actuación ante la pandemia, alejando más aún la Unión Europea de esa posición supranacional. Así, la incómoda situación de la Unión Europea se ha transformado en un comportamiento inerte. Nadie se sentiría reconfortado si Ursula von der Leyen nos explicara la seriedad de la crisis, tras habérnoslo explicado ya Pedro Sánchez, Felipe VI y nuestro vecino del sexto antes del confinamiento. La realidad es que el proyecto Europeo ha encajado un severo golpe y tendrá que remar a contracorriente, aunque no es su fin. Lejos de ello.
El proyecto Europeo se ha engendrado mucho antes de que se uniera España a ella en 1986. La Unión Europea es duradera, su respuesta llegará y, con esa respuesta, llegaran las noticias apáticas que, para mí, son interesantísimas. El debate que se ha desencadenado tras el no de Alemania, Países Bajos y Austria, va a ser clave para el futuro de la Unión Europea y, para los fanáticos, un buen despeje de cabeza.