La convivencia entre gentes con valores distintos siempre ha sido difícil a lo largo de la historia de la humanidad, pero no por ello ha resultado imposible. Hay numerosos casos de éxitos históricos de modelos de convivencia; entre ellos, el de la Europa Occidental contemporánea. Pero como con cualquier gran logro, siempre se nos presentan desafíos que nos hacen dudar de los beneficios de nuestros esfuerzos. ¿Por qué querríamos convivir con gente que quieren acabar con nuestro modelo de vida? ¿Por qué ofrecemos esta libertad y tolerancia a aquellos de cuyos países no nos lo ofrecen a nosotros? Dudar es síntoma de que vivimos en una sociedad crítica; eso es bueno. Sin embargo, no debemos hiperventilar, pues solo nos llevará a tomar conclusiones precipitadas y muy probablemente erróneas.
El Islam, al igual que otras religiones, se fundamenta en dogmas, que son conceptos e ideas irracionales y socialmente construidas, como lo podrían ser la importancia de la virginidad, la modestia y el patriarcado como modelo de estructura familiar etc. Ello nos puede gustar más o menos, pero se ha de respetar, pues en ello reside la belleza del modelo occidental de vida. Es fácil denominarse demócrata o liberal si sólo permites ser libres a aquellos que piensan igual a ti; lo difícil está en permitir ser libres a aquellos con los que discrepas muy profundamente.
El modelo occidental no está en duda por aquellos musulmanes liberales que practican sus creencias entendiendo que esas mismas están sujetas al imperio de la ley y la libertad del prójimo. El modelo está en duda por aquella minoría de musulmanes (sí, de musulmanes) fundamentalistas, que sobreponen sus creencias a la libertad de los demás. Aquellos que quieren acallar a los que critican su fe, como si la religión dominante en Europa, el Cristianismo, no estuviera sujeta al escrutinio y a la crítica de igual o mayor manera.
No nos confundamos, el fundamentalismo también existe en otras religiones, no es un fenómeno exclusivo del Islam. También es cierto que, por el momento histórico por el cual está atravesando el mundo islámico, y más concretamente el mundo árabe, un lugar donde los estados-nación junto a sus clases políticas han dejado mucho que desear, estas sociedades ahora se están refugiando en su religión como pilar fundamental de su identidad personal y por ella es más propensa al fundamentalismo. Pensemos que sociedades como el Líbano, Siria, Iraq o Palestina, cuyas estructuras políticas, sociales y económicas brillan por su ausencia y sus gentes han dejado de identificarse con su nación para pasar a identificarse con su credo, religión o grupo étnico. Ello es un caldo de cultivo perfecto para el fundamentalismo religioso. Y sí, ello también podría haber pasado perfectamente en sociedades con una religión distinta a la del Islam, como el Cristianismo o el Judaísmo, pues es una reacción de desesperación profundamente antropológica.
Es por ello que creo firmemente que el Islam debe y merece tener su espacio de convivencia en nuestras sociedades, ya que el mal no es inherente a la religión, sino la radicalidad de su interpretación, que la convierte en un cáncer nocivo para la convivencia y la libertad. Por ello, creo que es más importante que nunca redoblar nuestros esfuerzos contra aquellas organizaciones, instituciones educativas y mezquitas que financian o promulgan valores fundamentalistas; inspeccionándolas, controlándolas e ilegalizándolas si fuere necesario, con tal de proteger el valioso tesoro de Occidente para el mundo: la Libertad y Convivencia que emanan del Estado de Derecho.